Después de seis meses,
caen las primeras gotas de agua,
el cielo está oscuro,
amenaza con truenos,
y los relámpagos me ciegan,
y de pronto un mar de granizada,
y yo dije, santo dios, mi cerezo.
Mi cerezo, que me saludaba,
por la ventana, todas las mañanas,
hace unos días,
estaba lleno de flores, blancas y perfumadas,
y ahora mustias y deshojadas,
duermen en la tierra,
sus glorias doradas.
Y ahora, mi cerezo ya no tiene cerezas,
ni me saluda por las mañanas,
por culpa de la granizada.
Por eso cuando me asomo, a la ventana,
siento una gran pena,
por ver triste a mi cerezo,
ya los pajaritos no revolotean por sus ramas,
no suben ni bajan por mi cerezo,
pero eso si, le ha quedado,
el frescor y el olor a tierra mojada.
María del Carmen Pallas Seijo
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